Los modelos semipresenciales no nacieron con la pandemia. Más allá de los protocolos que brinden los Estados, es sabido que estos esquemas requieren de una planificación muy organizada, tanto de contenidos como de equipo.
Foto: gentileza Ámbito Financiero
El 2020 puso en jaque a los sistemas educativos de todo el mundo. La interrupción de la presencialidad como esquema ordenador generó una serie de estrategias más o menos improvisadas, incluso en países con políticas educativas sostenidas y altos porcentajes de acceso a internet. De cara al inicio del ciclo lectivo 2021, ¿aprendimos a gestionar la incertidumbre a la que nos sigue sometiendo la pandemia? ¿Desarrollamos las condiciones para abarcar las diversas realidades y contextos en los que nuestros estudiantes aprenden?
Repasemos los datos que arrojó la encuesta realizada por el Observatorio de Argentinos por la Educación, en la que se indagó sobre la manera en que las escuelas proponen tareas a los alumnos. En primer lugar, se indica que WhatsApp fue el medio más utilizado para la propuesta de tareas: 80% ha respondido que las escuelas siempre lo utilizan. Asimismo, la presencia estatal se destaca en los cuadernillos impresos por el gobierno (40,5% las usan) y en las plataformas del gobierno (39,8%). Estas plataformas tienen más presencia que las privadas (usadas solo en el 23% de las escuelas) y que la TV educativa (presente casi en el 40% de las propuestas). Sin embargo, estos porcentajes no nos permiten evaluar lo que sucede en el interior de cada escuela; esto es, por ejemplo, cuánto esfuerzo requiere poner en práctica cada canal de comunicación con los estudiantes y familias. Tampoco sabemos si su implementación partió de un diagnóstico real de los recursos disponibles -tanto humano como técnicos- y necesario para que los esquemas que implementan sean seguros, pertinentes y pedagógicamente relevantes. El 2020 fue un laboratorio de experiencias piloto.
Hoy se barajan escenarios que buscan combinar la presencialidad con herramientas y plataforma digitales, con la esperanza de que sea la primera la que marque la realidad después de un año pegados a las pantallas. En este sentido, aparecen muchas propuestas, pero pocas certezas:
¿Qué actividades serán virtuales y cuáles presenciales? ¿Cómo se llevará un registro de las tareas y contenidos para cada entorno de aprendizaje? ¿Cómo podemos simplificar el proceso de feedback, correcciones y evaluaciones?
Los modelos semipresenciales, híbridos o combinados no nacieron con la pandemia. Más allá de los protocolos que brinden los Estados, es sabido que estos esquemas requieren de una planificación muy organizada, tanto de contenidos como de equipo. Serán los directivos y docentes, principalmente, quienes deberán identificar qué prácticas de enseñanza son viables, en función del contexto, población y recursos de su escuela.
Por esa razón, es fundamental que educadores, familias y estudiantes, quienes han realizado un esfuerzo enorme para garantizar la continuidad pedagógica, seamos capaces de poner a prueba los aprendizajes del 2020 en una planificación flexible, que aproveche la tecnología disponible para mitigar los impactos negativos de la pandemia en los aprendizajes.
Los Estados deben garantizar no sólo el acceso a conectividad, sino también facilitar el acceso y el uso de herramientas de planificación colectiva entre docentes para evitar una superposición y sobrecarga de actividades. También será prioritario la implementación de herramientas de gestión de documentos online, a los cuales podamos hacer seguimiento, sin importar si estamos en la presencialidad o en la virtualidad.
Otra cuestión es la generación de actividades sincrónicas y asincrónicas para que cada estudiante sea parte de la misma experiencia de aprendizaje, más allá de si esa semana le tocó estar presencialmente en la escuela o no. También se podría generar un registro de clases en vivo para que todos puedan recuperar explicaciones en caso de que lo necesiten, a través de un campus o entorno virtual. Las escuelas, por su parte, enfrentan el desafío de reforzar su planificación y de establecer consensos para distribuir los contenidos obligatorios de manera coherente a lo largo del año. Esto requiere de mucho trabajo, pero es fundamental para organizar el tiempo de cada uno de los actores de la comunidad educativa.
Aun así, es evidente la deuda de nuestros sistemas educativos con el nombramiento de referentes tecnológicos en algunas zonas del país. Lo mismo sucede con la infraestructura informática, que resulta insuficiente para dar respuestas a la demanda de uso de estos recursos. Las soluciones basadas en la nube resuelven gran parte de los problemas de infraestructura, pero aún requieren del acceso a internet.
En este contexto, garantizar el derecho a la educación necesita del compromiso de todos. El Estado, docentes, familias, organizaciones del tercer sector y empresas se han comprometido de diferentes modos para que el 2020 no sea un año perdido. Si ponemos sobre la mesa nuestros aprendizajes y compromiso, el 2021 nos invitará a encontrar juntos las articulaciones adecuadas para que la escuela siga siendo ese punto de encuentro clave en el desarrollo personal y educativo de nuestros alumnos.
*Columna de opinión para Ámbito Financiero (20 de febrero de 2021)